✍Autor: Joseph Conrad
📚Editorial: Zorro Rojo
📕Formato: Tapa blanda
📖Páginas: 148
📏Medidas: 24 cm x 16 cm
El Congo: una gran hacienda en África
Leopoldo II, rey de los belgas durante la segunda mitad del siglo XX, animado por la idea de poseer un territorio mayúsculo, y movido por una irrefrenable avidez de riqueza y poder, concluyó que la expansión colonial era algo deseable y necesario. Su codicioso báculo se posó sobre el continente africano, siguiendo el rastro y patrocinando las expediciones de Henry Morton Stanley, reputado explorador del África Central.
Una expedición militar dedicada a la extracción de marfil y caucho no habría tenido apoyo en la comunidad internacional; por ello fundamentó su intervención en los más bellos propósitos humanitarios: «La misión que los Agentes del Estado tienen que completar en el Congo es noble —había dicho en 1898 Leopoldo II—. Tienen que continuar el desarrollo de la civilización en el centro del África Ecuatorial, recibiendo su inspiración directamente desde Berlín y Bruselas. Situados cara a cara con el barbarismo primitivo, luchando con sanguinarias costumbres que datan de miles de años atrás, están obligados a reducir estas gradualmente. Deben acostumbrar a la población a las leyes generales, de las cuales la más necesaria y saludable es la del trabajo».
Meses más tarde, gracias al respaldo de la conferencia de Berlín, (1884-85), Europa lo consagró soberano del recién fundado Estado Libre del Congo: la gran masacre había comenzado. Saqueo, tortuosos castigos y compra-venta de esclavos se sucedieron bajo una violenta coerción que, se estima, diezmó a la población autóctona en diez millones de personas.
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El Congo: una gran hacienda en África
Leopoldo II, rey de los belgas durante la segunda mitad del siglo XX, animado por la idea de poseer un territorio mayúsculo, y movido por una irrefrenable avidez de riqueza y poder, concluyó que la expansión colonial era algo deseable y necesario. Su codicioso báculo se posó sobre el continente africano, siguiendo el rastro y patrocinando las expediciones de Henry Morton Stanley, reputado explorador del África Central.
Una expedición militar dedicada a la extracción de marfil y caucho no habría tenido apoyo en la comunidad internacional; por ello fundamentó su intervención en los más bellos propósitos humanitarios: «La misión que los Agentes del Estado tienen que completar en el Congo es noble —había dicho en 1898 Leopoldo II—. Tienen que continuar el desarrollo de la civilización en el centro del África Ecuatorial, recibiendo su inspiración directamente desde Berlín y Bruselas. Situados cara a cara con el barbarismo primitivo, luchando con sanguinarias costumbres que datan de miles de años atrás, están obligados a reducir estas gradualmente. Deben acostumbrar a la población a las leyes generales, de las cuales la más necesaria y saludable es la del trabajo».
Meses más tarde, gracias al respaldo de la conferencia de Berlín, (1884-85), Europa lo consagró soberano del recién fundado Estado Libre del Congo: la gran masacre había comenzado. Saqueo, tortuosos castigos y compra-venta de esclavos se sucedieron bajo una violenta coerción que, se estima, diezmó a la población autóctona en diez millones de personas.
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